LA AUTORA

Presentación ambivalente
Aunque no puedo asociarme a los que declaran que la “expresión dramática” es Gisèle Barret, no puedo negar el lugar de la autora en la creación de la expresión dramática y en la puesta en práctica de cierta pedagogía que se ha desarrollado en Québec y extendido fuera de Québec.
Me siento, por tanto, entre la imposibilidad de pasar por el silencio la variante subjetiva y la impotencia de hacerla jugar en su diversidad y en su complejidad. Me resigno a utilizar una aproximación ambivalente donde presentaría primero los elementos más determinantes de las relaciones entre el autor y la obra, es decir, entre la persona y la función, entre la vida y la profesión y entre la escritura expresiva y la escritura didáctica.

Auto-presentación

Si he llegado a desarrollar el saber-ser en la formación de maestros, no de una forma puramente discursiva como en la mayor parte de los textos teóricos de los psicopedagogos, sino a través de una intervención pedagógica concreta, es después de un largo camino cuando me he dado cuenta de en qué medida mi personalidad y mi vida tenían relaciones, interferencias con mi función de profesora o con mi oficio en general. Me llamó la atención asimismo el hecho de que en 1969 el jurado de mi Doctorado de Universidad señalara la presencia del autor en mi escritura. Además, siento que lo que me interesa es ese vaivén permanente entre esos dos polos del lenguaje: la expresión personal y el discurso didáctico; busco las combinaciones infinitas que permiten dirigirse a un público desconocido (sin embargo representado idealmente por algunas figuras privilegiadas) de forma personal, con un estilo, un tono, una terminología, y a veces ideas, cuyo conjunto da al lector la impresión de una comunicación directa irreemplazable.
Creo que, lo que, en mí, puede ser identificado con la expresión dramática (o lo que ha hecho desarrollar la expresión dramática en el sentido que se la conoce) es la ausencia de barrera estanca entre lo objetivo y lo subjetivo, esta concepción holística de la existencia que no es una ideología, sino una praxis, ya que habiéndola primero realizado y reivindicado a nivel personal, he tratado de desarrollar los medios de intervención en el mundo de la educación para cambiar los comportamientos y las relaciones humanas.

Persona y funciones
Si enumero las diferentes funciones cuyo conjunto forma mi vida profesional, puedo distinguir, entre las actividades ejercidas, las que corresponden a mi vocación de pedagoga: el gusto por la expresión, por la comunicación, la educación, la relación, el intercambio y la convivialidad, que he podido desarrollar como profesora responsable de programa, directora de investigación, supervisora de cursos, investigadora y responsable de equipo de investigación. Conviene precisar que mi formación en teatro, música y danza, mi práctica artística y sociocultural, mi gusto por el análisis de las estructuras, mi placer por el manejo de los diferentes lenguajes y en particular el verbal, me han llevado a desarrollar tanto los talleres prácticos como las clases de didáctica o los seminarios teóricos.
Tanto hoy como antaño, creo poder ejercer una cierta polivalencia sin poner en juego mi competencia. Reconozco, a través de la soy hoy, la que fui ayer, y estoy contenta de haber podido desarrollarme sin haber tenido que renunciar.

Vida y vocación
A diferencia de algunos docentes, he elegido mi oficio positivamente. En 1962, mi consejera pedagógica decía de mí que era “una pedagoga nata”, y es cierto que no he tenido nunca la impresión de haber tenido que aprender mi oficio. Sin embargo, después de veinte años de ejercicio, tengo la impresión de haber aprendido cada día: de los acontecimientos, de los encuentros, de los alumnos, de los libros, de la reflexión permanente sobre las cosas y sobre mí.
Para mí, vida y pedagogía son casi sinónimos, y si he pasado mi vida trabajando, he de advertir que me gratifica pasar la mayor parte de mi trabajo viviendo con mis estudiantes, existiendo de cara a ellos, con ellos, y tratando de incitarles a hacer lo mismo, primero conmigo y después con sus alumnos. Esta declaración, que parece simple no lo es en absoluto: ni de decir ni de hacer. Exige comentarios serios para no pasar por una ocurrencia, un camelo, o un propósito vagamente humanista.
Cierto, no es el lugar ni el momento de un largo desarrollo sobre las relaciones entre mi vida y mi trabajo –me gustaría decir mi vocación para mostrar hasta qué punto reivindico siempre la elección hecha hace treinta años. Pero no podría mostrar como, en mi caso, las cosas se han cruzado, yuxtapuesto, mezclado, hasta el punto de confundirse a veces. Si escribiera el poema de mi vida, no se parecería nada al de Henri Michaux que, sin embargo, tanto me ha emocionado. A veces, en efecto, mi vida parece irse sin mi, de tal modo estoy atrapada por mi trabajo…Pero en general, el sentimiento dominante es más bien de euforia, que no puede venir más que de un trabajo tan lleno de vida que me llena y me colma. ¿Cuántos pedagogos pueden decir lo mismo? Y sin embargo, ¿no es en educación donde se puede encontrar uno de los raros lugares donde trabajo y vida no se oponen? He ahí un objetivo que raramente he leído en los programas de formación del profesorado…

Escrituras
De la misma manera que he tenido que responder a todas las urgencias sin poder (a menudo sin querer) jerarquizarlas, he tenido que asumir todas las funciones descritas anteriormente sin minimizar las no oficiales respecto de las institucionales, he tenido que recurrir a bastantes estilos de escritura para responder a las necesidades de las acentuaciones ligadas a circunstancias, y aún en ese caso, no tengo ganas de privilegiar un estilo respecto de otro, un producto acabado respecto de las trazas de un proceso tan importante a mis ojos.
Tengo que reconocer que la escritura no ha sido nunca, el modo de expresión privilegiado, sin duda porque prefiero el movimiento a la inmovilidad, el colectivo al individual, la palabra a la escritura. Creo que mi pensamiento se desarrolla espontáneamente en el discurso oral mientras que en la expresión escrita, ella busca a veces su forma y su formulación. Es sin duda la razón por la que soy ante todo profesora y no escribo más que en segundo acto, después, y a veces a regañadientes.

Sin embargo, toda disertación ha de ser matizada. Mi gusto por las palabras ha estado a menudo en el origen de mi placer por escribir, y si a veces he escrito “por la fuerza de los acontecimientos”, he a menudo escrito por deber, por deseo de encontrar también lo que mi palabra no podía alcanzar directamente.

He escrito a menudo para responder a urgencias: una escritura rápida, simplificada, directa, tentada por los estilos periodístico, polémico, poético…he intentado, escribiendo, hablar, contar, describir, analizar, explicar, demostrar…y siempre de formar informando, sin perderme en referencias, sin evitar las síntesis difíciles pero necesarias, la didáctica abstracta pero útil, la teoría inaccesible pero indispensable para desarrollar, afinar y cuestionar la práctica.
Me gusta la escritura expresiva, subjetiva, que deja hablar al afecto en el borde de las palabras pero no detesto la escritura didáctica, apretada, austera, que busca la terminología precisa, que camina con la cabeza delante y se preocupa más de la comprensión que de la sensación.
Sueño, por supuesto, con una escritura personal, pluralista, que sin descuidar nada consigue dar todo, traducir todo, una escritura que sea música y movimiento, inteligencia e imaginación, una escritura sabia y dubitativa a la vez, donde la vivencia y el discurso se combinen en mil fórmulas que interpelan, emocionan e inspiran, una escritura que se me parezca, nunca la misma pero reconocible, que envejece o rejuvenece, que da el deseo de escribir, o de decir, o de hacer, una escritura que pudiera ocupar mi lugar sin sustituirme jamás.
Porque la escritura es la única elección, si no la mejor, la más práctica, la más económica, la más transmisible en el tiempo y en el espacio. Y puesto que es la única elección, sin ser la mejor, tiene que ser la buena.